Muere lentamente quien no cambia de ideas, ni cambia de discurso, quien evita las propias contradicciones.
Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos trayectos y las mismas compras en el supermercado. Quien no cambia de marca, no arriesga vestir un color nuevo, no da algo a quien no conoce.
(...)
Muere lentamente quien evita una pasión, quien prefiere el negro sobre blanco y los puntos sobre las “íes” a un remolino de emociones indomables, justamente las que rescatan el brillo de los ojos, sonrisas e hipos, corazones a los tropiezos y sentimientos.
Muere lentamente quien no voltea la mesa cuando está infeliz en el trabajo, quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien no se permite por lo menos una vez en la vida, huir de los consejos sensatos.
Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música, quien no encuentra gracia en sí mismo.
Muere lentamente quien no voltea la mesa cuando está infeliz en el trabajo, quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien no se permite por lo menos una vez en la vida, huir de los consejos sensatos.
Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música, quien no encuentra gracia en sí mismo.
(…)
Muerte lentamente, Martha Medeiros
Apenas apuntaban los
primeros destellos de luz, allá a lo lejos, quemando el horizonte; el cantar
desafinado del viento acariciaba con mimo la grava sobre el asfalto y el olor
húmedo de la noche resistía entre las piedras del camino. Era el momento.
Antes de abrir los
ojos respiró profundamente hasta contaminar de polvo sus pulmones, hizo crujir su
cuerpo cansado entre retorcimientos y, adivinando a ciegas, sacó una botella de
agua de la vieja mochila sobre la que soñaba y dormía. El chorro de agua tibia
recorriendo su cuerpo le recordó entre escalofríos el porqué de su andadura:
aprender a mirar, a oler, a oír, a saborear y, sobre todo, aprender a sentir, a
amar.