“Soy liviana. Apenas peso lo que una hoja de papel. Camino
mecida por sus miradas firmes, así como mis pasos, que se clavan en las tablas
con fuerza, pero sin dejar huella. Ni el más recóndito canto de mi cuerpo
duerme, porque está en alerta, escuchándoles respirar en silencio. No les veo.
La luz me ciega. Pero están ahí. Y todo, gracias a ese punto en el infinito del
que brota la cuerda invisible que me mantiene en pie y con la cabeza erguida. Un
punto. Principio y final”.
Cada vez que salía a los escenarios se lo decía a sí misma
una y otra vez: “Soy liviana… No les veo… Un punto. Principio y final”. Como si
de la receta de un encantamiento mágico se tratara, casi una conjura, o más
bien una especie de fórmula secreta para su metamorfosis. En cuestión de
segundos, pasaba de insegura y huidiza a infalible y explosiva, o lo que es lo
mismo, de montaña en reposo a volcán en erupción.
Pero era una pena porque, cuando se cerraba el
telón, cuando se apagaban los focos y el murmullo del público se perdía en las
calles, aquel hilo transparente que atravesaba a la actriz de la cabeza a los
pies y la sostenía en su ligereza, simplemente, se difuminaba. Y el punto
imaginario desde el que se dibujan las dramaturgias desaparecía en la oscuridad
de un teatro vacío. El volcán volvía a enfriarse.
“¡Si no es más que un punto!”, se gritaba indignada cuando
sentía como se desinflaba al tiempo que la obra llegaba a su fin. Y cada noche
se prometía convencida: “¡Mañana seré un volcán en erupción!”. Pero, al día
siguiente, nada. Seguía sin escupir lava, continuaba siendo montaña en reposo.
Hasta que apareció él. Él y sus puntos. Decenas de ellos.
En el mismo instante en el que sus pieles se encontraron quiso
besarle, pero aún más anudar a todas y cada una de sus pecas un montón de
cuerdas invisibles de las que colgarse y dejarse llevar para siempre. Pero, sobre
todo, deseó como nunca antes había deseado nada, agarrarse al lunar que rozaba
sus labios —punto final del poema de la belleza— y convertirlo en su vértice de equilibrio. En
su principio y su final.
Entonces, fue volcán.