El hombre más valiente entre nosotros tiene miedo de sí mismo. La multiplicación del salvaje encuentra su supervivencia en la abnegación que echa a perder nuestras vidas. Somos castigados por nuestras negativas. Cada impulso que nos esforzamos en estrangular germina en la mente y nos envenena.
El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde
Mucho antes de ser consciente de lo que una vida entera supone, antes de conocerse a sí misma y de atreverse a dejarse amar, aquella muchacha de mirada caliente había aceptado ya que nunca sería feliz. Lejos aún de descubrir el cosquilleo del primer beso, de resignarse ante el primer suspenso o de sentir el abrazo sincero de una amiga, ella ya sabía lo que era la tristeza y el dolor más profundo y había aceptado que, definitivamente, nunca sería feliz. Pero, ¿sabéis qué es lo peor?, que ni siquiera le importaba demasiado.
Desconfiaba, temía y casi odiaba a todo y todos los que la rodeaban. Desconfianza, miedo y odio que fundidos y condensados construyeron una sólida coraza que ampararía a aquella niña vulnerable y resignada a la amargura en su camino a convertirse en una chica ambiciosa y ávida de conocimiento, arte y éxito…pero ni mucho menos feliz.
Todos debemos de estar hechos para amar y ser amados. Aquella bella joven tuvo la mala fortuna de madurar mucho antes de lo que cualquier niño merece y, para cuando unos comenzaban a dedicar miradas, ella ya se había ahogado en sus propias lágrimas y asfixiado con el sollozo de cuantos besos llevaba acumulando.
Pero un buen día, la luz delicada del amanecer en el horizonte la rebosó de tentación por saborear el dulzor de la vida. Desde entonces, busca incansablemente espíritus libres que le devuelvan la infancia y la obliguen a olvidarlo toda para ser, simplemente, feliz.
Texto: Marilyn dos Santos
Fotografía: Yasmin Ferreras
Modelo: Sofía Delgado
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