Cuando llegue la inspiración, que me encuentre trabajando.

Pablo Ruiz Picasso

Se han pagado los ojos marrones, mis zapatos de tacón ya no brillan, se han secado las notas de las canciones, las casas abandonadas han encontrado dueño, se han escurrido las palabras entre los vértices de los libros y las faldas de las estudiantes ya no tienen cuadros porque los han perdido...como yo he perdido la inspiración, y no sé dónde.

Siento un martilleo en la sien, intenso y abrasador; vivo fatigada por un constante bochorno, asfixiante y nauseabundo; tengo nublado el pensamiento por un telar inexistencia, negro y triste. No puedo ver más allá, no puedo respirar profundo, no puedo pensar con claridad. Y de esto hace ya una semana.

Es como jugar al fútbol sin balón, como pretender cantar sin voz, como querer amar sin dolor. Porque la inspiración no entiende de horarios ni calendarios, la inspiración no escucha ni responde, la inspiración simplemente aparece y desaparece. Y sin embargo, aquí estoy, tratando de luchar contra lo impenetrable: el vacío más absoluto.


Dicen que era las veces una niña dulce e inocente y, cuando no, una mujer madura y grandilocuente; dicen que olía a metáfora y sinestesia y que sonaba a realidad sazonada con azúcar y limón; pero sobre todo, dicen que sabía a romanticismo y pasión.

He perdido la inspiración, y no sé dónde. Si la ves dile que vuelva, y que si vuelve, “que me encuentre trabajando”. 


Fotografía: Yasmin Ferreras
Y sigue sin pronunciar palabra.


Lleva acudiendo a médicos, especialistas e incluso a algún que otro curandero —que más parecían hechiceros codiciosos que respetados oráculos de la Antigüedad— desde que tiene uso de razón, y todos coinciden en el diagnóstico: —Esta niña tiene unas cuerdas vocales envidiables; es muda por pura tozudez o, lo que es más seguro, por simple hastío hacia la vida. Ella llegaba a sentirse ofendida cuando oía aquellas duras palabras; se consideraba muy curiosa y le fascinaba cualquier regalo que le brindara la vida, tanto, que había decidido dejar de hablar para poder observar, escuchar, oler, saborear y acariciar el mundo más atentamente que nadie.
Por supuesto, no era ninguna niña salvaje, necesitaba comunicarse, e incluso con más urgencia, necesitaba plasmar todo lo que aprendía mientras callaba. Fue así como comenzó a pintar. Lo hacía en todas partes: en los libros, en los periódicos, en las paredes, en los muebles, en sus propias manos… Y no por capricho, sino porque necesitaba hacerlo en el mismo instante en el que su propia obra se lo pedía.


No es de extrañar que cuando la niña se convirtió en bella jovencita sus padres dijeran basta. De la noche a la mañana desaparecieron todos los lápices y colores de la casa, ni un solo pincel, ni siquiera un bolígrafo mordisqueado, nada. Ella, resentida, lejos de hablar, se encerró en su cuarto con la esperanza de que sus padres se dieran cuenta de que la estaban matando poco a poco. Y al tercer día…al tercer día se acordó del montón de mejunjes que su madre utilizaba para enmascarar el paso de los años y se dio cuenta: su cara era el lienzo en blanco más puro al que jamás se había enfrentado. Sin titubear, empezó a pintar y, de nuevo, a sentir.




Fotografía: Yasmin Ferreras
Modelo&MUA: Ro Elorri 


Y sólo espero que cada lágrima que ahora empapa mi almohada después corra por tus venas con rabia y se escurra por tu cuerpo en forma de sudor, llanto del esfuerzo.

Tengo miedo... Estoy muy asustada, atemorizada, pero, ¿por qué alguien habría de querer imponerse un obstáculo más en la vida? Pues para saltarlo, y este lo vamos a superar juntos, porque quiero creer que el dolor que ahora parece matarnos poco a poco no es más que el calor abrasador de una llama que, cariño, ya nadie podrá apagar.


Fotografía: Yasmin Ferreras, "Fencing lovers" 
Modelos: Ro Elorrieta & Jose