Y sigue sin pronunciar palabra.
Lleva acudiendo a médicos, especialistas e incluso a algún que
otro curandero —que más parecían hechiceros codiciosos que respetados oráculos
de la Antigüedad— desde que tiene uso de razón, y todos coinciden en el
diagnóstico: —Esta niña tiene unas cuerdas vocales envidiables; es muda por
pura tozudez o, lo que es más seguro, por simple hastío hacia la vida. Ella
llegaba a sentirse ofendida cuando oía aquellas duras palabras; se consideraba muy
curiosa y le fascinaba cualquier regalo que le brindara la vida, tanto, que
había decidido dejar de hablar para poder observar, escuchar, oler, saborear y
acariciar el mundo más atentamente que nadie.
Por supuesto, no era ninguna niña salvaje,
necesitaba comunicarse, e incluso con más urgencia, necesitaba plasmar todo lo
que aprendía mientras callaba. Fue así como comenzó a pintar. Lo hacía en todas
partes: en los libros, en los periódicos, en las paredes, en los muebles, en
sus propias manos… Y no por capricho, sino porque necesitaba hacerlo en el
mismo instante en el que su propia obra se lo pedía.
No es de extrañar que cuando la niña
se convirtió en bella jovencita sus padres dijeran basta. De la noche a la
mañana desaparecieron todos los lápices y colores de la casa, ni un solo pincel,
ni siquiera un bolígrafo mordisqueado, nada. Ella, resentida, lejos de hablar,
se encerró en su cuarto con la esperanza de que sus padres se dieran cuenta de
que la estaban matando poco a poco. Y al tercer día…al tercer día se acordó del
montón de mejunjes que su madre utilizaba para enmascarar el paso de los años y
se dio cuenta: su cara era el lienzo en blanco más puro al que jamás se había
enfrentado. Sin titubear, empezó a pintar y, de nuevo, a sentir.
Texto: Marilyn Dos Santos
Fotografía: Yasmin Ferreras
Modelo&MUA: Ro Elorri
Ohhh qué fotos tan bonitas y Ro sale espectacular!!!! Le van que ni pintadas al texto, el conjunto es precioso.
ResponderEliminarBesos
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