Estás loco, pero te diré un secreto: sólo las mejores personas lo están.

Alicia en el País de las Maravillas
  
       Los constantes encuentros entre desconocidos en rincones tan sórdidos como el vagón de un metro son, sin duda, un pellizco de la magia que envuelve a las grandes ciudades y, a su vez, uno de sus mayores desencantos.

      Por suerte o por desgracia, últimamente tengo pocas oportunidades de alimentarme de esas vidas extrañas y de esos rostros sin nombre que tantas historias han protagonizado en mi cabeza, pero, al menos en mi recuerdo, siguen grabados un montón de títulos en tapas de libros usados, mil miradas cansadas y millones de zapatos de todas las formas y colores. 

      Entre todo ese amasijo de imágenes borrosas, encuentro uno de los besos más verdaderos que he presenciado en mi vida: dos jóvenes voluptuosos y de risa descontrolada, desaliñados y profundamente unidos, como fundidos el uno en el otro; él ciego pero su mirada desbordante de amor, ella de ojos brillantes pero su mirada ciega de felicidad. 
        
      Tarareos y tímidos contoneos, cabeceos y bostezos, furtivas miradas de deseo y coquetas sonrisas de acuerdo, discusiones al teléfono y carreras contra el tiempo, música en directo y gritos desacordes de embriaguez. Pero sobre todo, locos, muchos locos; entre ellos, una que describe en su cuaderno torpe y apresuradamente el ambiente desordenado de ese encuentro de vidas inesperado.

Foto: Yasmin Ferreras, 2012. 

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