Ojalá fuese el polvo del camino
y los pies de los pobres me pisaran…
Ojalá fuese los ríos que corren
y hubiese lavanderas a mi orilla…
 
Ojalá fuese los chopos de la margen del río
y tuviera sólo el cielo por encima y el agua por debajo…
 
(…)
 
Mejor eso que ser el que va por la vida
mirando para atrás y sintiendo dolor…
 
Fernando Pessoa, Poemas de Alberto Caeiro
 
 
 
          Pegó un contundente golpe en la mesa y de un salto se puso en pie. El ensordecedor ruido de la silla arrastrándose por el suelo acalló aquella barahúnda; ya sólo se oía su furioso respirar, el murmullo de sus pensares y las llamaradas de su mirar.
 
         Salió de allí corriendo entre avergonzada y enajenada. Nunca había logrado que sus piernas respondieran de aquella manera, nunca. Estaba tan abstraída que era incapaz de ver a nadie, no podía oír ningún rumor ni oler el asfalto caliente.
 
          La ropa fue volviéndose cada vez más pesada sobre sus hombros y sentía que sus pies se incendiarían en cualquier momento. Sin parar de correr comenzó a desprenderse de sus ataduras y con cada prenda menos una bocanada de aire enrarecido encharcaba sus pulmones; por un segundo, el tiempo se paraba y su cuerpo dejaba de funcionar.
 
          Entonces, comenzó a evaporarse.
 
          Sus largos mechones rubios se enredaron como si de un rosal silvestre se trataran, de sus ojos brotaron gotas de lluvia y de su boca cantares de cuco, sus piernas se endurecieron hasta convertirse en rudas ramas de un árbol y sus dedos se deshicieron en fino polvo del camino. Desde entonces sería el susurro de las espigas secas mecidas por el viento y el color de alas de las mariposas, las gotas de rocío recorriendo una hoja fresca y el olor a tierra mojada tras la tormenta. Y pensó: ―Mejor esto que ser la que va por la vida mirando para atrás y sintiendo dolor…
 
 
Texto y modelo: Marilyn dos Santos
Fotografía: Yasmin Ferreras

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