La tierra se abrió y ella se convirtió en diosa de los Infiernos.

Leyenda del rapto de Perséfone/Proserpina, Mitología grecolatina

Al amanecer de los inviernos más fríos se puede percibir su llanto rasgado en el batir de alas de los cuervos. Hay mañanas en las que cada ráfaga de aire arrastra consigo una llamada de auxilio. A veces, entre los truenos de una tormenta se distinguen sus gritos de desesperación. Y ayer de madrugada, en el silicio del vacío, la encontré, casi desnuda, sollozando.

Me confesó que ha olvidado cuánto tiempo lleva regalando su libertad a la obscena mirada de su raptor, que ya ni siquiera recuerda dónde dejó el odio por aquel hombre y, lo que es peor, el amor por sí misma. Y sin embargo, aún hay noches en las que saca fuerzas para escapar del ponzoñoso ambiente del inframundo. Me contó que en los días de más trabajo en la fragua, esos en los que el poseedor de su voluntad cae rendido al atardecer, aprovecha el menor descuido para emerger de entre las sombras y renacer. Así, pasa las noches enteras en vela, respirando de la corriente de los ríos y bebiendo de la luz de las estrellas para que, al día siguiente, sobre un mar de rocío, salga el sol. Y ayer fue una de esas noches.

Después volvió a descender a los Infiernos, pero no sin antes pedirme compasión. Me dijo que en cada hoja seca acunada por el viento veamos una lágrima salada destiñendo el color de sus mejillas, que en cada gota de lluvia escurriéndose por una ventana descubramos el brillo de sus ojos encharcados de rabia y dolor y, sobre todo, me suplicó que en el resplandor de la nieve entendamos el fulgor de la libertad que sólo en primavera le llegará. 


Fotografía: Yasmin Ferreras



Para mim, todas as flores são bonitas.
Elisa Pinto, bisabuela

El brillo helador de su pelo blanco, el olor cálido de sus infusiones al anochecer, el reguero de agua enjabonada naciendo de sus sábanas colgadas a lo largo y ancho de esa fachada empedrada, los montones de mazorcas de maíz y de vainas de judías secando sobre lonas viejas, su forma tan sutil y decorosa de subirse las medias, el rechinar de sus agujas de ganchillo guardadas en cajas de latón, el color verdoso que las berzas dejaban incrustado en las arrugas de sus manos pulidas por el trabajo, el ambiente seco y frío de ese salón siempre en la penumbra, la dedicación y las caricias que le regaló a mi bisabuelo…pero sobre todo, su inmenso jardín de colores y fragancias. Ella es todo eso y todo eso espero poder enterrarlo en las profundidades de mi recuerdo, tan lejos que nunca ninguna enfermedad logre arrebatármelo.

A mi bisabuela el tiempo le está robando su pasado, su presente y su futuro. Y sin embargo, aún queda esa chispa en su mirada que la mantiene siendo ella, mi bisabuela.
Cuando se levanta por las mañanas no sabe qué día de la semana es, ni siquiera en qué estación del año se encuentra, y mucho menos recuerda en qué momento cerró el portón oxidado de su casa para no volver. Hace un mes vi a mi bisabuela comer un melocotón y en los pocos segundos que pasaban entre un mordisco y otro olvidaba por completo el sabor de aquel manjar, así que cada bocado era tan fresco y dulce como el primero. A veces olvida incluso que tiene hambre o frío…sí, a veces mi bisabuela olvida que siente. Pero sólo a veces porque, al día siguiente, se acercó a mí con un ramillete de flores silvestres diminutas, de todos los colores y ya marchitas por el calor de sus manos; me miró y, con la voz inocente de una niña, me pidió un jarrón con agua para devolverles la vida. Tanta ternura me sacó una sonrisa y ella me contestó: —Para mí, todas las flores son bonitas.

Podrán despojarla de su noción del tiempo, de su orientación y hasta de su consciencia, pero mientras recuerde que las flores son bonitas, entonces, seguirá siendo ella, mi bisabuela.


Fotografía: Yasmin Ferreras (2013), Abuela al teléfono.
Porque solamente alguien que se vacía puede ser llenado de nuevo. En el vacío está la luz del entendimiento, y el cuerpo de esa criatura era como un bello recipiente en el que se podían volcar las joyas más preciosas de la flor y el canto de sus antepasados, pero no para que se quedaran eternamente ahí sino para ser recicladas, transformadas y vaciadas de nuevo.

Malinche, Laura Esquivel


Pensadlo. Mirad a vuestro alrededor.
Un cuadro guarda entre las huellas de cada brocha la exasperación de quien lo pintó; las almohadas y los colchones rezuman calor, sueños y pasión; una canción de amor da cobijo a un océano de lágrimas sin dueño; un papel en blanco esconde palabras ininteligibles e ideas aún por concebir; y yo…


El día en que por primera vez alcé la vista para admirarlo todo fue el mismo día en que nací. Tumbada sobre el pecho de mi madre, reuní todas las fuerzas suficientes para mirarla y, un suspiro después, caí derrotada por el peso de la atmósfera. El recuerdo de su rostro fue la primera esencia que tomó mi forma.


Desde entonces no he dejado de absorber con mis sentidos mil y una existencias hasta que, un buen día, dejé de ser yo. No me reconocía al espejo, incluso olía diferente. Escapé.
Escapé allá donde sólo se oía el rechinar de las puertas de hojalata acariciadas por el viento, allá donde nada más que el vacío habitaba los rincones; henchí de imágenes mis pulmones y de un fuerte soplo los liberé de mi cuerpo…excepto una, que se había grabado en mis entrañas: la mirada que me había dado vida.

  
Ahora estoy lista para ser llenada de nuevo, ¿y tú?

Texto y modelo: Marilyn dos Santos
Fotografía: Yasmin Ferreras