Aquella tarde, armada de valor, se lanzó a la calle y corrió sin pausa con la única meta de chocar con él. Aunque aturdida por el deseo y la incertidumbre, se mantuvo firme y viva hasta que, por fin, la profunda y cálida mirada que tanto ansiaba se interpuso en su camino. Quietos, frente a frente, ambos pensaron: ―No podré mantenerme mucho más tiempo así, imperturbable, sin acariciar sus labios. Es como si oyera el batir de alas de los cuervos y sintiera el aliento del frío en la nuca, pero no pudiese ver el paisaje; como si me quemara la lengua con café amargo y el cremoso olor siguiera incrustado en mi garganta, pero no pudiese saborearlo; es…como si quisiera morir de amor, y no quiero.








Hoy la tierra y los cielos me sonríen,
hoy llega al fondo de mi alma el sol,
hoy la he visto..., la he visto y me ha mirado...
¡hoy creo en Dios!

Rima L, Gustavo Adolfo Bécquer



Fotografía: Yasmin Ferreras
MUA&Hair: Ana Marcos
Estilismo: Mariela Gomanci






El hombre más valiente entre nosotros tiene miedo de sí mismo. La multiplicación del salvaje encuentra su supervivencia en la abnegación que echa a perder nuestras vidas. Somos castigados por nuestras negativas. Cada impulso que nos esforzamos en estrangular germina en la mente y nos envenena.
El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde
 
 
Mucho antes de ser consciente de lo que una vida entera supone, antes de conocerse a sí misma y de atreverse a dejarse amar, aquella muchacha de mirada caliente había aceptado ya que nunca sería feliz. Lejos aún de descubrir el cosquilleo del primer beso, de resignarse ante el primer suspenso o de sentir el abrazo sincero de una amiga, ella ya sabía lo que era la tristeza y el dolor más profundo y había aceptado que, definitivamente, nunca sería feliz. Pero, ¿sabéis qué es lo peor?, que ni siquiera le importaba demasiado.
 
Desconfiaba, temía y casi odiaba a todo y todos los que la rodeaban. Desconfianza, miedo y odio que fundidos y condensados construyeron una sólida coraza que ampararía a aquella niña vulnerable y resignada a la amargura en su camino a convertirse en una chica ambiciosa y ávida de conocimiento, arte y éxito…pero ni mucho menos feliz.
 
 
Todos debemos de estar hechos para amar y ser amados. Aquella bella joven tuvo la mala fortuna de madurar mucho antes de lo que cualquier niño merece y, para cuando unos comenzaban a dedicar miradas, ella ya se había ahogado en sus propias lágrimas y asfixiado con el sollozo de cuantos besos llevaba acumulando.
 
Pero un buen día, la luz delicada del amanecer en el horizonte la rebosó de tentación por saborear el dulzor de la vida. Desde entonces, busca incansablemente espíritus libres que le devuelvan la infancia y la obliguen a olvidarlo toda para ser, simplemente, feliz.
 
 
Texto: Marilyn dos Santos
Fotografía: Yasmin Ferreras
Modelo: Sofía Delgado

          Clara me eludía con ese aire distraído que acabé por detestar. No puedo comprender lo que me atraía tanto de ella. Era una mujer madura, sin ninguna coquetería, que arrastraba ligeramente los pies y había perdido la alegría injustificada de su juventud. Clara no era seductora ni tierna conmigo. Estoy seguro de que no me amaba. No había razón para desearla de esa forma descomedida y brutal que me sumía en la desesperación y el ridículo. Pero no podía evitarlo.

La casa de los espíritus, Isabel Allende




          Un montón de dolores en llamas y de suspiros perdidos en su intento por escapar
de aquel cuerpo frío formaban en su garganta una barrera nauseabunda y asfixiante. Se escabulló entre las sábanas y cerró los ojos con tanta fuerza que un intenso dolor de cabeza le sumió en la inconsciencia y un bucle de malos sueños le atrapó durante horas.

          Estiró los brazos y las piernas intentando encontrar el final de aquella horrible
cárcel de paredes acolchadas; llegó a sentir el chasquido de sus articulaciones saliéndose de su sitio, pero fue incapaz de alcanzar el suelo. Volvió a cerrar los ojos y apretó tanto los dientes que notó como su mandíbula se resquebrajaba.

          De repente, un silbido de aire frío pareció devolver todo a la normalidad; pudo
levantarse y, descalzo, salió a la calle para sentir la rugosidad de la calzada y el asfalto bajo sus pies. Pero no fue así; al abrir la puesta una ráfaga húmeda de espiritualidad y magia le sobrecogió. A su alrededor, un montón de altas y polvorientas estanterías vacías reposaban sobre una mullida alfombra de hierva mojada formando un enrevesado laberinto.

          Caminaba resignado perdido en la nada cuando su camino empezó a estrecharse.
Asustado, trepó por los estantes hasta alcanzar el más alto de todos ellos. Allí, de pie y a lo lejos, acariciando con el pelo las estrellas, intuyó una silueta: era ella. Corrió, lloró, suplicó y cuando por fin llegó a sentir su calor, se lanzó a abrazarla. Cayó. Se había difuminado. Lloró desconsoladamente durante horas y pensó: ―No hay razón para desearla de esta forma descomedida y brutal que me sume en la desesperación y el ridículo; pero no puedo evitarlo.


Modelo: Raquel
Fotografía: Yasmin Ferreras

Estás loco, pero te diré un secreto: sólo las mejores personas lo están.

Alicia en el País de las Maravillas
  
       Los constantes encuentros entre desconocidos en rincones tan sórdidos como el vagón de un metro son, sin duda, un pellizco de la magia que envuelve a las grandes ciudades y, a su vez, uno de sus mayores desencantos.

      Por suerte o por desgracia, últimamente tengo pocas oportunidades de alimentarme de esas vidas extrañas y de esos rostros sin nombre que tantas historias han protagonizado en mi cabeza, pero, al menos en mi recuerdo, siguen grabados un montón de títulos en tapas de libros usados, mil miradas cansadas y millones de zapatos de todas las formas y colores. 

      Entre todo ese amasijo de imágenes borrosas, encuentro uno de los besos más verdaderos que he presenciado en mi vida: dos jóvenes voluptuosos y de risa descontrolada, desaliñados y profundamente unidos, como fundidos el uno en el otro; él ciego pero su mirada desbordante de amor, ella de ojos brillantes pero su mirada ciega de felicidad. 
        
      Tarareos y tímidos contoneos, cabeceos y bostezos, furtivas miradas de deseo y coquetas sonrisas de acuerdo, discusiones al teléfono y carreras contra el tiempo, música en directo y gritos desacordes de embriaguez. Pero sobre todo, locos, muchos locos; entre ellos, una que describe en su cuaderno torpe y apresuradamente el ambiente desordenado de ese encuentro de vidas inesperado.

Foto: Yasmin Ferreras, 2012. 
          Dice el maestro:
       Cuando presenciamos que ha llegado la hora de cambiar, comenzamos, inconscientemente, a repasar la película de nuestras derrotas hasta ese momento. Está claro que, a medida que envejecemos, nuestra cota de momentos difíciles es mayor. Pero, al mismo tiempo, la experiencia nos ha dado medios para superar estas derrotas y encontrar el camino que nos permite seguir adelante. También es preciso poner esta película en nuestro vídeo mental. Si sólo vemos la película de las derrotas, nos quedaremos paralizados. Si sólo vemos la de la experiencia, acabaremos creyéndonos más sabios de lo que realmente somos. Necesitamos las dos películas.
Paulo Coelho, Maktub
       Seguramente, el peor momento que alguien puede almacenar en la secuencia de recuerdos que se amontonan en su memoria sea el de la muerte.
         Hace cosa de un año, una de esas tardes otoñales en las que el frío y la humedad se te clavan en los huesos, entre la confusión y el furor del corazón de Madrid, alguien me concedió unas tristes pero esperanzadoras palabras. Era un hombre sosegado y firme, abierto y amable, perspicaz y sumamente sensible; un perfecto embaucador.
         En un ambiente romántico, de subjetivismo y pasión, en una atmósfera sórdida y acogedora a la vez, aquel poeta me dijo que la muerte no existe. Y me lo dijo sin vacilar: “La vida es una especie de reciclaje constante; nada se extingue en la Tierra y en el Universo, todo va tomando nuevas formas (…) Es hermoso lo que nos ha tocado vivir, pero más hermoso es saber que es un ciclo continuo: somos bacterias, células, genes en busca de cuerpos donde refugiarse... Y lo más bonito es que llevarán consigo parte de nuestra esencia y de nuestro esfuerzo”. Aquel era su consuelo ―decía―, su idea romántica de la vida.
       Las mimadas palabras de aquel “viajero frente a un mar de niebla” me abrieron la mente y, desde entonces, cada obstáculo que se me presenta se convierte en una muestra más de lo maravilloso del devenir de nuestra historia, en un empujón hacia la liberación de todas mis ataduras, en un golpe más de la vida para que me ponga en pie y siga caminando.

Ojalá fuese el polvo del camino
y los pies de los pobres me pisaran…
Ojalá fuese los ríos que corren
y hubiese lavanderas a mi orilla…
 
Ojalá fuese los chopos de la margen del río
y tuviera sólo el cielo por encima y el agua por debajo…
 
(…)
 
Mejor eso que ser el que va por la vida
mirando para atrás y sintiendo dolor…
 
Fernando Pessoa, Poemas de Alberto Caeiro
 
 
 
          Pegó un contundente golpe en la mesa y de un salto se puso en pie. El ensordecedor ruido de la silla arrastrándose por el suelo acalló aquella barahúnda; ya sólo se oía su furioso respirar, el murmullo de sus pensares y las llamaradas de su mirar.
 
         Salió de allí corriendo entre avergonzada y enajenada. Nunca había logrado que sus piernas respondieran de aquella manera, nunca. Estaba tan abstraída que era incapaz de ver a nadie, no podía oír ningún rumor ni oler el asfalto caliente.
 
          La ropa fue volviéndose cada vez más pesada sobre sus hombros y sentía que sus pies se incendiarían en cualquier momento. Sin parar de correr comenzó a desprenderse de sus ataduras y con cada prenda menos una bocanada de aire enrarecido encharcaba sus pulmones; por un segundo, el tiempo se paraba y su cuerpo dejaba de funcionar.
 
          Entonces, comenzó a evaporarse.
 
          Sus largos mechones rubios se enredaron como si de un rosal silvestre se trataran, de sus ojos brotaron gotas de lluvia y de su boca cantares de cuco, sus piernas se endurecieron hasta convertirse en rudas ramas de un árbol y sus dedos se deshicieron en fino polvo del camino. Desde entonces sería el susurro de las espigas secas mecidas por el viento y el color de alas de las mariposas, las gotas de rocío recorriendo una hoja fresca y el olor a tierra mojada tras la tormenta. Y pensó: ―Mejor esto que ser la que va por la vida mirando para atrás y sintiendo dolor…
 
 
Texto y modelo: Marilyn dos Santos
Fotografía: Yasmin Ferreras
Muchas veces me has dicho: «No me sueltes».
Yo nunca te lo digo,
pero lo estoy pensando: y tú lo oyes.
 
(…)
No te me sueltes nunca en estos cuentos,
del podrá, del podría, del pudiera
ser, tan maravillosos
que cuando yo termino de decírtelos,
nos duele la mirada de tanto querer verlos en el aire.
Cuando hablo de imposibles
apriétame la mano más que nunca.
 
(…)
 
el amor entero se nos cumple,
sin más tacto
que aquél en que una mano
entregada a la otra mano,
aunque estemos dormidos,
hace sentir las sangres de dos seres
como una sola sangre:
la que da vida al corazón de un sueño.
 

Pedro Salinas, No me sueltes



          Me encantas. Como me encanta el olor de los libros cuando son nuevos y aún más cuando son viejos, como me encanta sentir el primer chorro de agua deslizarse por mi espalda desnuda, como el frío seco por las mañanas y las tormentas en las noches tristes.

          Me gustas tanto como adentrarme en las primeras líneas de una buena historia y la impaciencia, excitación y casi éxtasis que me estremece al acariciar las últimas de sus palabras. Como el primer rayo de sol que se escurre entre mi persiana y el primer sorbo de café caliente por la mañana.

          Me inquietas como me inquieta la mirada de cada desconocido en el metro o en la acera de al lado una noche tranquila y vacía.

          Me seduces como me seduce Bécquer con sus rimas y Shakespeare con sus tragedias. Me embaucas como sólo sabe hacerlo una obra de arte o la ciudad de Madrid al atardecer.

          Acariciar las cuerdas de mi guitarra, un vermú en familia el domingo, una tajada de pan caliente con aceite, una película en blanco y negro, un whisky con hielo, rock and roll de los 50, un abrazo de mi madre después de discutir o una historia mil veces contada por mi abuelo… Me gustas tanto como todo eso.


Por eso yo te pido que vayamos
por este mundo con las manos juntas.
Foto: Marilyn dos Santos y Erik Ruiz por Yasmin Ferreras
El pájaro azul era el pobre Garcín. ¿No sabéis por qué se llamaba así? Nosotros le bautizamos con ese nombre.
(…)
Andaba por los bulevares; veía pasar indiferente los lujosos carruajes, los elegantes, las hermosas mujeres. Frente al escaparate de un joyero sonreía; pero cuando pasaba cerca de un almacén de libros, se llegaba a las vidrieras, husmeaba, y al ver las lujosas ediciones, se declaraba decididamente envidioso, arrugaba la frente; para desahogarse volvía el rostro hacia el cielo y suspiraba. Corría al café en busca de nosotros, conmovido, exaltado, casi llorando, pedía un vaso de ajenjo y nos decía:
―Sí, dentro de la jaula de mi cerebro está preso un pájaro azul que quiere su libertad…
Rubén Dario, El pájaro azul


En otra vida quiero ser ese pájaro azul; un pajarillo atrapado en la inmensidad de la imaginación de un poeta, que pía y danza al son de cada verso por su libertad.
Batiría mis alas para que con el cosquilleo de cada caricia la mirada del artista desprendiera esa dulce locura que sólo el ojo del pintor ahonda; cantaría alto para que el retumbar de mis lamentos y alegrías hicieran eco en el pensar de los demás; saltaría incansable hasta agotar el último ápice de energía en la última nota, la última pincelada o la última palabra...


Y cuando por fin logre escapar, me encontraré con la cálida luz del día y el suave susurro de los árboles, con el incesante murmullo de las calles y las inagotables risas de los niños, con olores mudos y sabores ciegos…
Tomaré todos y cada uno de esos instantes y los grabaré en la infinitud de mi ingenio hasta colapsarme; entonces, buscaré un nuevo amante al que perturbar, un nuevo artista al que enloquecer, un nuevo poeta al que inspirar.


Y repetía el poeta: Creo que siempre es preferible la neurosis a la imbecibilidad.
Foto: Miriam Gori, artista, por Yasmin Ferreras

       Era una de esas sofocantes tardes de verano, la ciudad entera estaba cubierta por un manto de nubes negras y pesadas y en las calles sólo se oía el sollozo de los árboles. Rendida ante el parón del tiempo y la espiral de silencio que me ahogaba, posé en el suelo el montón de libros de poesía que me sepultaban en la cama y descalza, caminé sigilosamente y salvando los muebles hasta el balcón. Allí, una brisa ligera me acarició la nuca y mi cuerpo entero se estremeció. Cerrando los ojos casi instintivamente, cogí tanto aire como pude y lo mantuve en mis pulmones un instante. Puedo volar, estoy segura de que podría flotar en este aire espeso —pensé convencida—. Cogí impulso y me senté sobre la barandilla helada. Sentí un fuerte escalofrío recorrer todo mi cuerpo de los pies a la cabeza y me quedé quieta durante unos minutos, casi muerta, saboreando la firmeza del hierro contra mis muslos. Sin vacilar, me puse en pie y abrí los brazos en cruz para dejar que el aire acariciara todos y cada uno de los rincones de mi cuerpo débil y casi desnudo. De repente, el torpe sonido de quien intenta a trompicones abrir una puerta me dejó sin aliento y con el corazón ardiendo, como si llevara sin latir días enteros. Abrí los ojos y me topé con el amanecer.
       Personas que ya le habían trasvasado lo mejor de sí mismos a su alma, vaso expectante, y el vaso seguía sin estar colmado.
Hermann Hesse, Siddhartha



Modelo y texto: Marilyn dos Santos
Fotografía: Yasmin Ferreras

       No sé, me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia  igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento  insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer  premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! ―y en esto soy irreductible―  no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el  tiempo las que pretendan seducirme!
Oliverio Girondo

 

       ¿Nunca os habéis sentido leves como una hoja seca pendiendo de una rama por  un suspiro? ¿Nunca habéis deseado dejaros llevar por el viento y acariciar con vuestro  cuerpo cada rayo de sol? ¿Nunca habéis tenido la impresión de resquebrajar el suelo  con cada paso, de desordenar miradas y perturbar sonrisas? De verdad, ¿nunca os habéis  encontrado tan misteriosamente seductoras?

       No hacen falta espejos para lograr ese cosquilleo que  te mantiene la cabeza alta  y la mirada firme…ni siquiera ropa; sólo necesitas rebuscar en tu memoria y elegir  un buen recuerdo. Quizás un beso torpe o un abrazo interminable, un libro prestado o un vestido nuevo, puede que una canción o, incluso, un olor intenso. A veces una  esperanza basta, un sueño tan real que hayas convertido en vivencia; otras, una imagen  vaga de la infancia o una carta olvidada. No importa el qué, sólo agárrate fuerte a ello,  porque te hará volar.

       Cada mañana al despertar piensa en lo vivo y profundo de ese recuerdo y sal en  busca de nada. Ese día te verás reflejada en los demás como la más bella de las mujeres.

Modelos: Nora Izquierdo y Marilyn dos Santos
Fotografía: Yasmin Ferreras